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MÁS HUMO Y MENOS BLONDAS
Una crítica desde lo productivo

Hasta hace muy poco tiempo, tantos años después del periodo que aquí nos ocupa, el ambiente, la atmósfera cigarrera, se respiraba literalmente descendiendo desde la Plaza de Tirso de Molina, por las calles de Embajadores, Mesón de Paredes, Miguel Servet, hacia la Fábrica de Tabacos. El entorno productivo no sólo tuvo su marca en ese tabaco, en ese «oficio que se respira en el aire», sino, sobre todo, en una alta concentración de trabajadoras que desarrollaban su vida en común fuera de la fábrica, tanto, o más, que dentro de ella.
43 Paloma Candela Soto

Durante buena parte de los siglos XIX y XX la Real Fábrica de Tabacos de la calle Embajadores supuso, para el barrio de Lavapiés, no solo la gran actividad productiva que configuraba económicamente todo el barrio, sino también el lugar desde el que se tramaron, en buena medida, las relaciones sociales, cívicas y políticas que marcaron todo el territorio.

«La concepción de la colectividad obrera de las cigarreras (como una «gran familia» dentro y fuera de la fábrica), que reflejaba, en frecuentes ocasiones, una realidad de vínculos de sangre, arraigó en la formación de una cultura de vida y trabajo forjada a lo largo de los años de convivencia».44 Esta convivencia de las cigarreras (y sus familias), no solo en la fábrica, sino en las corralas, en las calles, en las plazas, en los centros sociales... su peso fundamental en la estructura y mantenimiento familiar y su activismo social y político, dieron carácter y configuraron el imaginario de todo un barrio.

Ahora, no demasiados años después, resulta sorprendente que lo que pretende ser un plan de rehabilitación y recuperación del barrio de Lavapiés, que ya sufrimos desde hace siete años, y en el que están implicadas todas las administraciones, en ningún momento haya abierto un debate real sobre cuál debería ser el destino del edificio de la Fábrica de Tabacos, el gran contenedor de Lavapiés desde el que se forjó, en buena medida, la forma del ser social en nuestro barrio.

Por eso hoy, cuando queremos proponer un debate sobre cuál debería ser el uso (los usos) idóneos para el vacío edificio de la Tabacalera, queremos recuperar una parte importante de lo que es nuestra memoria histórica, lo que supuso para Lavapiés este edificio y las gentes que lo habitaron: un gran motor de producción económica y social (y eso, a pesar de las penurias y fatigas que sufrieron las allí empleadas)

En un primer momento parecería lógico pensar que su destino ideal sería recuperarlo como ese gran motor de actividad económica que fue, mejorando con ello la situación social de much@s vecin@s de Lavapiés que lo necesitan. La pregunta entonces sería ¿qué actividad podría conseguir esto?

Es evidente que hoy ninguna actividad industrial sería posible, aunque el destino original del edificio fuese ese. Las normativas urbanísticas en vigor, así como el interés generalizado de las empresas por situarse en lugares con acceso preferente a las vías de comunicación, que faciliten la distribución de mercancías, lo hacen inviable. La propia deslocalización en los últimos años de la actividad de la Tabacalera, como del resto de industrias que se encontraban en la ciudad consolidada, así lo indican.

Solo una actividad industrial mantiene una cierta presencia en Lavapiés, siendo además compatible con su centralidad, la artesanal, pero esta se encuentra en proceso de absoluta desaparición, por lo que no serviría para los fines que se han enunciado.45

Otro planteamiento posible partiría del análisis de aquellas actividades económicas que tienen mayor importancia en el territorio en estos momentos, viendo si su localización centralizada facilitaría su potenciación. Es evidente que la actividad predominante en el barrio y su entorno es la comercial, siendo el Rastro y el comercio mayorista los absolutos dominadores económicos (con un constante aumento del segundo incluso a costa del primero, aunque este tenga más arraigo y tradición), muy por encima del comercio del ocio y de la cultura o de un sector servicios testimonial y que se centra básicamente en la compra, venta, recompra y reventa sucesiva de viviendas.

Podría por tanto destinarse la Tabacalera a centralizar el comercio al por mayor que se mueve en la ciudad, con ello seguro que se potenciaría esta actividad y se incrementaría en igual medida su influencia económica en el entorno. Pero es evidente que esto traería consecuencias no deseadas (o, mejor dicho, las aumentaría, ya que llevamos años sufriéndolas), como serían el incremento de los destinos de mercancías al centro de Madrid, con el consiguiente aumento de la presión del tráfico, el constante atasco, el empeoramiento de la calidad de vida y la disminución progresiva de todos los valores medioambientales, así como el vaciado de numerosos locales comerciales ocupados hoy por los mayoristas. Parece pues más lógico el mantenimiento de estos comercios en sus ubicaciones actuales, si bien tan solo como escaparates, céntricos, de la mercancía que venden, que sería distribuida desde polígonos industriales en otras zonas de la ciudad (algo que todavía está por hacer)

En cuanto al Rastro, su traslado a un edificio (sea el de Tabacalera o cualquier otro) acabaría de una vez por todas con el poco carácter que le queda ya de mercadillo popular, por lo que ni tan siquiera entramos en su consideración. La experiencia del Mercado Puerta de Toledo y su fracaso creemos que fue suficiente.

Otra actividad ha sido recurrentemente valorada por las administraciones y algunos «expertos»: un uso cultural que fomente la prolongación del eje museístico del Prado. Se habló de la ampliación del Prado, de la instalación de la sede del Centro Nacional de Danza y más recientemente del Museo del Traje, del de Reproducciones Artísticas, del de Artes Decorativas, de una combinación de «pequeños» museos... Sin entrar a valorar la conveniencia y la necesidad en nuestro tiempo de este tipo de espacios museísticos con rancio olor a naftalina, la zona tiene amplia experiencia en este tipo de operaciones: Museo de Arte Reina Sofía y su reciente ampliación, Centro Cultural Casa Encendida de Cajamadrid, Circo Estable... Tan solo el primero ha conseguido generar una cierta actividad económica en su entorno, mínima, y que se concreta en algunas galerías y espacios de arte. Es evidente, por tanto, que como motor económico de la zona dicha actividad no sirve.46

Estamos pues como al principio, sin saber cuál puede ser la actividad que el barrio, y por lo tanto el edificio de la Tabacalera, «necesita».

Pero junto a esta reflexión clásica (antigua podríamos decir) que lo que busca es esa actividad «mágica» que consiga generar numerosos empleos para los habitantes del barrio que lo necesitan, queremos hacer otra que consideramos más moderna, más asentada en lo real y que desarrollaremos a partir de algunas preguntas:

¿Porqué nos empeñamos en buscar empleos cuando todos sabemos (incluso los más acérrimos adalides del capitalismo mundial imperante) que cada vez hay y habrá menos empleo, que cada vez se necesitarán menos asalariados? «Se puede afirmar que la mitad de la humanidad es absolutamente «inútil» para el capitalismo global actual (pues no cuenta ya ni como productora ni como consumidora), y que se quiera o no se quiera más de tres mil millones de personas están condenadas, a medio y largo plazo, a ser excluidas. Hoy en día, la amenaza mayor es la exclusión absoluta más que la explotación».47

Así las cosas, ¿porqué desde lo público, con dinero público, con edificios públicos, se tiene que buscar la creación de nuevos empleos privados que, por lo general, cada vez son de peor calidad, más precarios, menos satisfactorios? (si es que alguna vez el empleo fue satisfactorio) «El capitalismo ha alcanzado tal nivel de sofisticación y crueldad que la mayoría de la gente en el mundo tiene que competir para ser explotada, prostituida o esclavizada si quiere sobrevivir».48

Desde nuestro punto de vista las respuestas son claras, buscar la creación de nuevos empleos es fracasar de antemano, estos no existen y, si alguno se consigue, será con toda probabilidad precario y antisocial, es decir, un tipo de empleo ante el que creemos que deberíamos convertirnos en «refractarios».49 No queremos ser explotados, no queremos ser esclavizados, nuestra aspiración no debería ser sobrevivir, sino vivir.

Por lo tanto, «si se parte de la idea de que no hay trabajo para todos, la solución no puede ser (...) crear un servicio público [ni buscar actividades productivas] orientado a la inserción social vía la laboralidad, porque lo laboral precisamente es lo que ya no funciona como mecanismo de integración social».50

¿Quiere esto decir, entonces, que hay que renunciar a buscar algún tipo de actividad, de actividades, que recuperen el espíritu de motor productivo que tuvo en otro tiempo el edificio de Tabacalera? Desde nuestro punto de vista no tiene por qué ser así, tan solo hay que redefinir algunos conceptos.

«En términos generales se suele considerar trabajo sólo aquello por lo que se obtiene una remuneración (trabajo asalariado) o aquellas en las que no existiendo relación salarial, esto es, laboral, existe una contraprestación por parte del mercado; este sería el caso de los autónomos. Sin embargo, concebir el trabajo sólo como aquellas actividades por las que se obtiene una contraprestación monetaria es tener una idea muy limitada de lo que significa el trabajo y, lo peor, es dejar en manos de las leyes del mercado lo que es y lo que no es trabajo»(...)

«Es necesario distinguir entre el trabajo y su valoración mercantil. El trabajo se puede definir como todas aquellas actividades que combinan creatividad, pensamiento analítico y conceptual y uso de aptitudes manuales o físicas. Consiste en toda actividad que realizan los seres humanos en la que combinan su inteligencia con su fuerza, su creatividad con sus aptitudes».51

El objetivo entonces podría ser buscar la creación de trabajo y no de empleo. Ambos conceptos, confundidos adrede históricamente y aun hoy, tienen diferencias fundamentales: trabajo es todo aquello que produce algo (material o no), pero solo es empleo cuando se hace por un salario. El empleo produce dependencia, el trabajo no tiene porqué producirla. El trabajo puede realizarse en libertad, el empleo jamás (o raras veces)

«En todo trabajo hay siempre una dosis de creatividad, porque siempre en su realización la persona pone algo de sí misma. Pueden existir empleos [la mayoría hoy en día] donde se impida al trabajador aportar su creatividad o su toque personal; en ese caso, estamos no frente a un trabajo sino frente a una actividad alienante».52 Las personas no deberíamos admitir actividades alienantes, por lo que deberíamos rechazar muchos (la mayoría) de los empleos.

En el mismo sentido, la productividad no tiene que ir necesariamente unida a un valor dinerario. Un artista puede producir mucha obra, con un valor social muy elevado, pero no querer (o no poder) monetarizarla. El trabajo doméstico es altamente productivo, pero nuestra sociedad solo le da valor cuando se hace por dinero.

«La nueva centralidad del trabajo inmaterial ha desplazado la fábrica, e incluso la oficina, de los lugares centrales del conflicto social y la toma del poder sobre nuestras vidas. La producción ya no está separada de las otras esferas de la vida -reproducción social, ocio, relaciones personales o colectivas -; esta circunstancia es lo que ha venido en denominarse producción biopolítica. En consecuencia, toda la ciudad se convierte en el espacio de producción y por tanto en los espacios centrales del conflicto y reapropiación - más aún de lo que lo era antes, tal como pone de manifiesto la obsesión del poder por el control y/o destrucción del espacio público.»53

«Por lo tanto, el derecho al trabajo no puede ser sinónimo del derecho al empleo o a una ocupación con remuneración(...) debe reformularse como derecho a realizar una actividad no alienante que le permita desarrollarse como persona y, de esa forma, integrarse en el conjunto social. Independientemente de cómo valore tal actividad el mercado.»54

Todos esos productos de trabajos no asalariados, toda esa productividad, parece que no existe para la economía «real» y sin embargo, si dejasen de hacerse, producirían probablemente una quiebra del sistema, ya que son necesarios para su mantenimiento y equilibrio. Por ejemplo, «el funcionamiento del mercado no podría concebirse sin el trabajo doméstico y de cuidado, que representa más de dos tercios del trabajo total y que es trabajo no monetarizado».55

Pero es que además, tal y como van las cosas, cada vez serán más necesarios en el futuro este tipo de trabajos. Sucesos como los que se produjeron en Argentina, con la reciente crisis del año 2001, donde gran parte de la sociedad se vio de golpe excluida del sistema de producción asalariada, nos enseñan que la organización de la sociedad con otros principios y bajo otras normas que no necesariamente tienen que estar regidas por el dinero (que no existía) consiguen igualmente, quizás mejor, el mantenimiento de la vida.

Evidentemente nuestro objetivo no puede ser establecer mecanismos de producción social, no regidos por el dinero, que solo sirvan para mantener el sistema en momentos de crisis como el que vivimos. Estos mecanismos, aunque en un primer momento puedan ser útiles para absorber algunas quiebras, aunque sirvan como método de integración social de población excluida, con lo que ello puede suponer de maquillaje de los defectos que el mismo sistema produce, también son el primer paso para potenciar experiencias de contrapoder desde lo local. Argentina nuevamente, con los colectivos de trueque, con el movimiento piquetero, con las fábricas cooperativizadas... es un buen ejemplo de ello.

Entonces, si no es satisfactorio (ni realista) plantearnos la instalación en el edificio de la Tabacalera de una gran actividad industrial, ni mercantil, ni comercial, ni cultural que pudiese conseguir la creación de muchos empleos, es decir, si no es recuperable (creemos que tampoco deseable) retornar a la fábrica, y por otra parte, si «la precarización del empleo y el aumento del desempleo constituyen sin duda la manifestación de un déficit de lugares ocupables en la estructura social, si entendemos por «lugar» una posición con utilidad social y reconocimiento público»,56 entonces, quizás por ahí sea por donde podemos explorar la actividad (las actividades) que podría ser «útil» instalar en la Tabacalera, utilizándola para cubrir el déficit de lugares descrito

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«Si las poblaciones de amplias zonas urbanas (...) comienzan a estar fuera de la economía formal, las intervenciones sobre estas poblaciones y territorios no pueden realizarse bajo la óptica de la rentabilidad, ni por la sustitución del servicio público por el mercado. La reducción de los fondos públicos, tiene que ser aprovechada por una acción colectiva que sustituya precio por participación, mediante una intervención activa que permita reconstruir las redes sociales, optimice los recursos existentes y pueda servir de base para una economía local (...) Las verdaderas fuentes de riqueza de una ciudad son sus redes y las relaciones que son capaces de generar entre ellas».57

Por tanto, si nos planteamos la utilización del edificio de Tabacalera como motor de riqueza no ya económica, sino social, debe servir para potenciar las redes sociales existentes en el barrio, las explícitas y las difusas, para generar nuevas redes y para facilitar el encuentro, el intercambio y la cooperación entre ellas.

«Los cambios sociales demandan nuevos espacios y servicios, entre los sectores que amplían su peso específico en [nuestro barrio], se encuentran parados de larga duración, jubilados anticipados, obreros no especializados con contrataciones temporales e inmigrantes y jóvenes desarraigados, cuyo problema no es tan solo el de recibir una asistencia social que palie su situación económica, sino cubrir la necesidad, como individuos sanos, de intervenir en su entorno próximo colaborando en su transformación».58

Entonces sí, podemos recuperar la Tabacalera como el gran motor de producción de Lavapiés, en este caso, insistimos una vez más, de producción no asalariada, de producción material o inmaterial; ese lugar necesario en el que desarrollarnos como personas produciendo nuestras propias actividades, no alienantes, e integrándonos en el conjunto social, construyendo de hecho el conjunto social; ese espacio desde el que poder crear nuestras propias redes y potenciar las ya existentes; el sitio desde donde transformar nuestro entorno, desde donde poder producir nuestra educación, nuestro ocio, nuestra cultura, nuestra salud... nuestra vida.

Es seguro que, al menos al principio, solo con esto no conseguiremos escapar tod@s, ni completamente, de la exclusión, de la precariedad, de la búsqueda absurda del salario... Es seguro que, al menos al principio, no tendremos la suficiente libertad para elegir, que no tendremos un derecho real al trabajo no regido obligatoriamente por el mercado, nos faltarán instrumentos y coberturas (¿viviendas sociales?, ¿renta básica?...) Pero también es seguro que, desde el principio, estaremos mejorando nuestra situación, estaremos trabajando, hasta donde podamos, hasta donde queramos, en nuestra situación.

Recuperemos la atmósfera cigarrera:

«Traspasados los muros de la fábrica, la vida en común de estas mujeres aparece casi como una prolongación del espacio-tiempo de trabajo. El espacio compartido y sus características físicas (concentración residencial, puntos de encuentro...), sociales (relaciones personales, familiares y vecinales) y simbólicas reforzó un entramado de vínculos de cooperación y solidaridad y, sin duda, influyó notablemente en la configuración de la identidad cultural, de género, de la cigarrera».59

claveles cigarreros