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¿Y PORQUÉ UN MUSEO Y NO UN SEX-SHOP?
Una crítica desde lo democrático

La famosa «degradación» del barrio es entre otras cosas la destrucción de la comunidad, la fractura de la red de relaciones sociales entre l@s vecin@s del barrio, la separación entre políticas de intervención y sujetos sociales y, en última instancia la imposibilidad de que estos participen en la organización de su territorio y de sus vidas.
Red de Lavapiés

Nos contaba Isabela Velázquez en las jornadas «Tabacalera a Debate», organizadas por la Red de Lavapiés en la Fábrica de Tabacos los días 22, 23 y 24 de junio de 2004, que en relación con la participación se pueden distinguir cinco niveles:

1. El primer nivel sería aquel en el que se tiene una INFORMACIÓN POBRE O INADECUADA. Evidentemente es el estadio más alejado a una participación real, y desde nuestro punto de vista se encuentra muy próximo a comportamientos propios de autocracias, dictaduras y regímenes políticos absolutistas, unidireccionales y autoritarios donde, sencillamente, la participación ciudadana en los asuntos que le concierne ni siquiera se contempla. Lamentablemente, en Lavapiés lo venimos experimentando desde hace bastantes años, ya hace tiempo lo denominamos «el despotismo castizo: todo para el barrio pero sin el barrio».

2. En el segundo nivel se cuenta con INFORMACIÓN ADECUADA. Tampoco podemos hablar aquí de participación, ya que no existe la voluntad política de que esta se produzca realmente, tan solo se le cuentan a la ciudadanía planes y proyectos previamente elaborados y decididos. Es un modelo que utilizan con demasiada frecuencia las «democracias representativas», y que presupone que el pueblo (demos) es incapaz de ejercer por sí mismo la autoridad (cracia) porque es «im-presentable» y requiere ser «re-presentado» por los elegidos mediante el rito electoral al que nos convocan cada 4 años. Es lo que Bogumil califica como "el ciudadano como destinatario de la prestación de servicios (cliente)".10

3. En el tercer nivel se sitúa LA CONSULTA. Tampoco es participación, sino presentación de resultados para ser legitimados por la gente, pero no se puede hablar de participación cuando el proyecto está ya elaborado. El que manda «puede» preguntar lo que quiera, el mandado «debe» responder a lo que le preguntan. Así se distribuyen el «poder» y el «deber». Sigue el mismo esquema que las elecciones, donde la participación ciudadana «debe» limitarse a responder a las preguntas que se hacen: a elegir entre los candidatos que se proponen, sin ninguna posibilidad de poder participar en la propuesta. Bogumil lo llama "el ciudadano como «demandante político» (elector)".

4. En el cuarto nivel tenemos LA PARTICIPACIóN. Para que lo sea realmente deben establecerse instrumentos y mecanismos diversos que posibiliten la concurrencia igualitaria en el proceso de todos los actores implicados (polític@s, técnic@s, ciudadan@s organizad@s o no, agentes económicos, etc) La participación debe empezar desde el inicio, con el diagnóstico de la situación, pasando por la elaboración del proyecto y finalizando con su desarrollo en el tiempo. Lamentablemente, en las escasas ocasiones en que se ponen en práctica procesos participativos es habitual que no se cuente con un compromiso político de llevar a la práctica los resultados de los mismos.

5. En el último nivel está EL «EMPODERAMIENTO» (empowerment). O lo que es lo mismo, el reparto de poder entre los distintos actores que están a cargo de la ciudad. Nos encontramos ante la auténtica participación, donde todo aquello que determina nuestras vidas y los espacios donde habitamos está en manos de la ciudadanía, donde ésta tiene el poder de decisión en la gestión de lo público. Para Bogumil es el "ciudadano como «co-gestor» y «co-producente» en la producción de servicios". Evidentemente, en el caso de la Tabacalera, como en tantos otros, estamos en un nivel anterior al más básico, ni tan siquiera contamos con información inadecuada, pero aun así, no renunciamos a llegar al «empoderamiento».

Siguiendo a Christopher Alexander, queremos explorar las diferencias que existen entre los sitios que nos apasionan, los lugares llenos de gente, vibrantes o solitarios, y los lugares muertos, tanto aquellos agobiantes y estresantes como los lugares fantasmas a los que nadie querría ir si no tuviera que hacerlo. Sin ánimo de ser agoreros, quizás, de seguir como hasta ahora, la Tabacalera pueda convertirse en uno de estos últimos. "Si un lugar puede definirse como lugar de identidad, relacional e histórico, un espacio que no puede definirse ni como espacio de identidad, ni como relacional, ni como histórico, definirá un no lugar, (...) un espacio donde el individuo se siente espectador sin que la naturaleza del espectáculo le importe verdaderamente".11 Si lo anterior es para Augé un producto de la sobremodernidad, y jugando con el concepto, podríamos decir que alguien contemplando un vaciado de escayola de la Venus de Milo es un no espectador ante una no obra de arte en un no lugar. Todo un ejemplo de «postsobremodernidad».

Una ciudad se encuentra viva cuando se ordena desde la base, cuando se edifica de forma colectiva un lenguaje que se puede compartir en comunidad, y que se puede aplicar a todas las escalas. Se trata de diseñar las reglas de un juego. Cuando un grupo de personas comparte un lenguaje, cada una puede aventurarse a construir un mundo a su alrededor, y este lenguaje compartido hará que los actos constructivos de unos y otros se coordinen construyendo al final un objeto completo. El orden orgánico se produce, según Alexander, cuando se produce el equilibrio ideal entre necesidades de cada una de las partes y las necesidades del conjunto. No se trata por tanto de tomar decisiones desde arriba que delimitan de forma perentoria los márgenes de actuación de cada persona, sino de negociar (¿encontrar?) este lenguaje compartido que permite que cada uno actúe sumando siempre fuerzas.

Cada un@ de nosotr@s conoce mejor que nadie sus propias necesidades y deseos, además, cada un@ de nosotr@s conoce en profundidad determinadas regiones de su ambiente. Esta información, que nos pertenece, nos hace capaces, imprescindibles para dar forma al entorno que nos rodea. Cuando las actuaciones sobre nuestro entorno construido (por supuesto, también sobre cualquier otra dimensión de nuestras vidas, pero, por ahora, nos vamos a concentrar en este aspecto) se planean desde una órbita lejana, se produce un desfase entre nuestra situación real y la respuesta supuestamente correcta a nuestros problemas.

Colaborar de forma activa en la construcción de nuestro entorno produce dos efectos, por un lado, aumenta nuestro sentido de apropiación sobre los lugares que utilizamos, por otro lado, aumenta el grado de control que tenemos sobre nuestras vidas, eliminando la sensación de que todo nos es impuesto desde un sitio lejano. Ni siquiera es la construcción física la más importante, lo que logramos realmente cuando volcamos nuestras ideas y pensamientos sobre un lugar es llenarlo de significados, hacerlo verdaderamente nuestro. "L@s ciudadan@s amplían y enriquecen el uso de un espacio mediante sus acciones en él; al vivirlo y transformarlo junto a otras personas se crean unos lazos afectivos con el lugar y con el grupo, se cambia la percepción de un espacio que no es de nadie a uno en el que se han vivido acciones relevantes en la vida de cada uno".12 "Apropiarse de un lugar no es sólo hacer de él una utilización reconocida; es establecer con él una relación, integrarlo en las propias vivencias, enraizarse, dejar en él la propia impronta y devenir en actor de su transformación".13 "La apropiación tiene que ver con la memoria histórica, pues se produce debido a acontecimientos vividos en el espacio, por eso la desaparición de lugares con una intensidad de vivencia acumulada en ellos mina la identidad de una comunidad".14

El edificio de la Tabacalera forma parte de la memoria histórica del barrio de Lavapiés, por eso las cigarreras que quedan no se resignan a que se decidan usos para el espacio sin contar con ellas, por eso algun@s vecin@s queremos que el barrio se vuelva a apropiar de él. No es una pretensión insignificante, la identidad (pero también la potencia) de toda una comunidad están en juego.

Obviamente, estos pensamientos apuntan en una dirección incómoda: el sumatorio de percepciones distintas, la apertura de múltiples procesos de negociación desde lo pequeño en busca de lo compartido y de la coordinación de lo diverso no hacen sino incrementar la complejidad¿.

Cómo se coordinan todos los actos de construcción individual? ¿Cómo se construye este lenguaje común? ¿Cómo nos organizamos nosotr@s mism@s, cada un@, como ciudadan@, intérprete de distintos papeles? ¿Cómo articulamos la recepción de la información y los deseos de cada un@? ¿Cómo garantizamos que cada un@ de nosotr@s tomará parte en este proceso? ¿Cómo hacemos todo esto realidad?

Isabela Velázquez proponía una estrategia, una especie de ataque masivo desde todos los frentes: en todas las fases del proyecto, sobre todos los actores y con una amplia variedad de métodos que permitan llegar a involucrar al mayor número de personas de distintas sensibilidades.

Agustín Hernández Aja insiste en el valor de la complejidad. Para él, la ciudad es el resultado de la convivencia de proyectos y grupos sobre un espacio a lo largo del tiempo, que conscientemente debemos entender y asumir como compleja, intentando generar espacios de intercambio entre lo distinto, que generen flujos de información y cohesión social. Estos últimos espacios pudieran ser físicos o simbólicos, pero siempre "espacios accesibles, con usos múltiples, capaces de adecuarse a las necesidades cambiantes y múltiples de los ciudadanos, accesibles a éstos y transparentes en su funcionamiento, (...) estructuras capaces de servir para más de una cosa".15. Sólo encontraremos estos lugares aunando esfuerzos, incorporando información, conspirando entre tod@s.

"La participación es necesaria como fuerza innovadora, porque sólo a través de ella tenemos acceso a informaciones que en otro caso pasarían desapercibidas, la participación nos permite determinar soluciones desconocidas. Es garantía del ajuste preciso de la acción posible, porque sólo gracias a ella tenemos información precisa de lo local. (...) Y sólo a través de ella garantizamos la satisfacción de los actores, sólo a través de ella conseguimos la identificación de los ciudadanos con la actuación. (...) La participación permite la construcción de la cultura como complejidad de relaciones en un mundo de condiciones cambiantes, permite aflorar la innovación".16

El mismo Alexander liga indisolublemente la participación a otro principio, el de "crecer poco a pocoó (piecemeal growth). Es decir, si diseñamos unas reglas de juego y jugamos todos (dentro de todos se incluyen personas que nos pueden resultar muy muy antipáticas), es imprescindible que ninguno de los actores pueda tomar decisiones de tal tamaño que anulen al resto de agentes. Si controlamos el tamaño, todas las acciones podrán ser más o menos reversibles. El papel de lo público es el de crear las estructuras fuertes sobre las que estos pequeños mundos se encaraman, ofreciendo el espacio neutro en el que discutir los distintos proyectos que aparecen y las formas en que se pueden articular, recopilando y ofreciendo la información que permite tomar pausas en los procesos, mirando de forma retrospectiva qué es lo que estamos montando, para poder evaluarlo o reconsiderarlo.

La incomodidad de lo complejo no va a jugar a nuestro favor.

Asumir que la ciudad es una construcción colectiva nos sitúa a cada un@ en su epicentro. Nos hace cada vez más conscientes de lo ignorantes que somos y de lo mucho que nos falta por comprender y sumar. Pero al menos nosotr@s nos damos cuenta de ello y apostamos por vivir la experiencia, otr@s parece que no.

claveles cigarreros